Apología del decrecimiento

Pocos científicos en este país como el físico Antonio Turiel nos ha informado y advertido desde hace bien de años respecto a la actual crisis energética. Aunque de actual o coyuntural, poco tiene. Más bien se trata de un ‘colapso energético anunciado’. Por eso apenas sorprenden las noticias que nos llegan últimamente. Su libro ‘Petrocalipsis’ es un buen resumen de ello, y de cómo son utópicas las falsas promesas de las alternativas a los combustibles fósiles. Una bofetada de realidad que explica la imposible sustituibilidad de los derivados del petróleo como el diésel para mover maquinaria pesada u obtener suficiente ‘calor’ para fabricar muchos materiales como el cemento o el acero, pilares de nuestro mundo. Toda la revolución verde que se pretende hacer, la transición ecológica, se basa en una desesperada y atropellada construcción masiva de macroparques de renovables, y dar licencia ‘verde’ al gas y la nuclear, todo in extremis, a pesar de que la electricidad solo es una parte minoritaria de lo que hace mover este mundo petroadicto. Ciertamente, su segundo libro en colaboración con el periodista Juan Bordera, ‘El otoño de la civilización’, ahonda más en esa utopía por hallarse encerrada en un sistema adicto al oro negro y que choca inevitablemente con los límites del crecimiento.

Quien niegue el calentamiento de la Tierra, ya a estas alturas, o tiene un subconsciente muy potente para no afrontar la realidad y así evitar esa sensación de mal rollo, se la pela el futuro de sus hijos y nietos, o aceptarlo va en contra de sus intereses, sea cual sea. Las razones no solo son sencillas de entender, sino que, por sentido común, el observar salir una columna de gases se intuye que bueno para el aire no va a ser. 

¿Por qué quemamos entonces cosas? Simplemente para que la explosión y ese ‘humo’ posterior hagan funcionar un motor y así mover cosas, como un vehículo o una turbina y así generar electricidad. Esto último un principio físico ya antiguo pero que revolucionó el siglo XIX y permitió los avances tecnológicos de los que gozamos actualmente. El problema es que la termodinámica sentencia a nuestro universo a que cualquier transformación de energía genere pérdidas en forma de calor, residuos, desorden… dimos con la entropía. Prosperamos porque calentamos el medio externo a través de los gases residuales que escapan a la atmósfera, y casualidad aquellos que generan efecto invernadero. 

Por supuesto que la tecnología ha mejorado para reducir esas pérdidas de energía y hacer los procesos más eficientes, pero, me reitero una vez más en que, por mucho que se reduzcan las emisiones, el efecto global no se apreciará e incluso empeorará porque cada vez seremos más bocas en el mundo. Sí, la superpoblación es un problema creciente el cual también hay que reconocer, pues ninguna especie puede crecer indefinidamente. Los puntos de inflexión como la agricultura en el Neolítico, la Revolución Industrial o el proceso Haber-Bosch, bien permitieron dar saltos de crecimiento exponenciales porque se adentraban en un terreno virgen en la historia humana. Antes de cada punto de inflexión había más espacio físico, y el aire y el agua estaban menos contaminados que el siguiente. Si viajáramos al pasado y le dijéramos a nuestros bisabuelos que en España se podría alimentar (incluso de más) a 47 millones de habitantes, no les saldrían las cuentas para tan poca tierra. Hay que reconocer el importante papel de la tecnología, pero también del comercio. El problema es que ahora tenemos mucho menos margen para la siguiente revolución tecnológica – si es que realmente llega – en el cual los recursos energéticos y materiales son los principales factores limitantes. 

Sin pretender entrar en sesgos ideológicos, el sistema global en el que nos encontramos no va a cambiar. Simple y llanamente porque ha funcionado para alimentar más bocas y permitirnos una vida más cómoda. Salvo pocas excepciones, nadie va a cambiar en el largo plazo su estilo de vida. Unos ejemplos: ¿dejarás de comprar cómodamente por Amazon a sabiendas de que Bezos impone condiciones laborales que hacen que sus empleados tengan que orinar en botellas? ¿o te borrarás de Twitter, nuevo juguete de Musk, a sabiendas de que defiende vehementemente las jornadas de 80 horas semanales?

 Sí, el ciudadano de a pie europeo puede comer menos carne, ducharse menos, o comprar un vehículo eléctrico, pero eso no va a cambiar absolutamente nada si lo ponemos en la perspectiva mundial de la industria y el conflicto de intereses con potencias económicas emergentes. No obstante, el agotamiento paulatino de recursos para sostenernos hará que al decrecimiento sea (es) inevitable. Vamos a decrecer, por las buenas o por las malas, y apuesto sin duda que por lo último. Cuanto antes nos mentalicemos a un mundo en crisis climática, energética y social, con todo lo que ello conlleva, mejor. Y no estaría mal adoptar una postura más estoica al respecto.

 


 

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