Trabajo y vida: más no es más, mejor es mejor

Un fallo que veo en los científicos es que no saben comunicar en qué trabajan realmente, y sea de paso la importancia que puedan tener sus investigaciones para la sociedad. Es más, diría que a veces lo hacen con cierta arrogancia o antipatía, (véanse en las declaraciones ante medios sobre la pandemia del covid), y hasta cierto punto ese es el reflejo que vemos en los villanos de las películas: gente malévola en sus laboratorios haciendo ‘cosas’. Resultado: poca confianza, conspiranoia, y... bajos salarios dicho sea de paso.

No creo que la arrogancia sea un defecto de los científicos, sino lo que ocurre es que están más preparados, han estudiado más y, por tanto, consideran que saben más que aquel que no ha estudiado ciencia o un determinado tema. Por eso creo que muchas veces no son conscientes de que lo es su manera de explicar las cosas o dirigirse a un público que no sabe lo mismo que ellos y que es consciente de ese desequilibrio.
 
Esa burbuja en la que viven también les hace sobredimensionar las dificultades de trabajar como científico. Arguyen que son los que más trabas sin duda alguna tienen en la vida. Para empezar, hay que pasar muchos, muchos, muuuchos exámenes hasta llegar al doctorado. Después, lógicamente, las oposiciones para obtener un puesto ‘estable’ en una universidad u organismo de investigación. Pero entretanto, la cosa continúa sin cesar: cada vez que se envía a una revista un artículo con los resultados, sufre un procedimiento editorial en el que se examina el trabajo con una meticulosidad muchas veces exasperante. Además, hay que someter a examen las propuestas de investigación para que, si son aprobadas, reciban financiación. Una vez al año son evaluados por sus estudiantes con encuestas; cada seis años lo hace el ministerio para decidir si se ha hecho investigación merecedora, cada cinco… Para qué continuar. No solo hay que publicar, sino que además el artículo debe tener cierto impacto en la comunidad científica. 
 
Ahora que yo estoy empezando, no quito un ápice de veracidad a que la vida del investigador es dura, pero me gustaría ponerlo en perspectiva para no victimizarnos. ¿Es que no tiene vida dura un obrero? ¿Un albañil? ¿Un agente de seguros? ¿Qué decir de los operarios que van a turnos? La evidencia ha demostrado que los trabajadores del turno de noche enfrentan considerables disparidades de salud, que van desde mayores riesgos de enfermedades metabólicas y cardiovasculares hasta trastornos de salud mental y cáncer. Sucede que al trabajar turnos de noche los ritmos naturales de actividad de 24 horas de ciertos genes relacionados con el cáncer se ven interrumpidos, lo que hace que las personas que trabajan de noche sean más vulnerables al daño del ADN y, al mismo tiempo, hace que los mecanismos corporales de reparación del ADN no estén sincronizados para tratar ese daño (estudio aquí).
 
¿Es siempre el trabajo duro un pre-requisito para el éxito?

 Y si no eres un asalariado que, en el mejor de los casos ‘gozas’ de cierta estabilidad a medio plazo, ¿qué estabilidad tiene un autónomo? El autónomo o emprendedor es una figura que tiene que hacer innumerables esfuerzos para poder sacar adelante su trabajo. Y eso supone vivir sin apenas tiempo para la familia. El aliciente de poder dedicarte a lo que te gusta y obtener beneficios queda todavía más ensombrecido por la inmensa cantidad de impuestos que hay que pagar al estado. Por ejemplo, en el actual infierno fiscal en que se ha convertido España, el gobierno se come más del 40% de los beneficios generados. Así, un trabajador medio con un sueldo de 24.400 euros brutos destina 102 días de sueldo a pagar la Seguridad Social, 38 días al IRPF, 25 al IVA, 11,5 a los impuestos especiales y 5,5 a otros gravámenes. En total, esos 182 días suponen la friolera de 15.775 euros al año en impuestos.
 
Como esto no tiene fin y va a ir a más, muchas empresas, autónomos y trabajadores llevan tiempo huyendo fuera de sus fronteras porque se niegan a pagar un nivel de impuestos similar al de Suecia con los salarios del Congo.
 
En mi opinión, la ciencia debería calar también en el ámbito político, empresarial y educativo para adoptar medidas que alivien el maldito infierno que supone el trabajo para muchas personas, siendo el principal motivo de las depresiones y suicidios en adultos. Una manera es metiendo el dedo en la llaga de la reconciliación familiar o el trabajo a turnos. Asegurar que las personas puedan trabajar dignamente debería ser una de las máximas prioridades en nuestra sociedad. Se podría empezar por reducir los impuestos a autónomos y empresas para incentivar a cada persona que quisiera emprender poder iniciar su apasionado negocio, intentarlo al menos. De nuevo se debería recurrir a la ciencia y tecnología para potenciar la investigación sobre los ritmos circadianos para adoptar mejores medidas en la gestión de los trabajos a turnos, o la robotización de los procesos más arduos, no utilizando a personas como tales. En base a los innumerables problemas físicos y psicológicos derivados del trabajo, como sociedad deberíamos trazar líneas rojas para que ésta no sea destruida desde dentro. Por ejemplo, en Dinamarca, trabajar hasta tarde causa una mala impresión a jefes y compañeros, debido al arraigo de la conciliación entre la vida laboral y la personal. ¿Te imaginas algo así en tu país? La clave, ser productivo y disciplinado. Fomentar una cultura del ‘trabajo’ en cuanto a separarlo del ocio mientras estemos en nuestra jornada, y ser productivos. Más no es más, mejor es mejor
 
Es un post reflexivo de otro domingo que me temo no ofrezco una solución definitiva. Sin embargo, si vemos la jornada laboral en retrospectiva, quien nos iba a decir en 1825 que gozaríamos actualmente de fines de semana libres. En aquella época, en países industrializados se trabajaba unas 82 horas por semana de lunes a sábado. A su vez, fue un gran avance comparándolo con las 12-14 horas de lunes a domingos que se acostumbraban a trabajar en el campo. En pocos casos, como en la España de 1595 con el rey Felipe II, era aceptado trabajar ocho horas durante toda la semana. De nuevo, fue la ciencia y tecnología la que fue convirtiendo hombres y mujeres en máquinas para ganar tiempo en una vida que solo existe una vez.

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