Capitalismo y el futuro de la humanidad: ¿estamos ‘estancados’ en el progreso?
Ya que se vive una vez,
¿cómo tener una vida digna? Lo primero que necesitamos es comer y, en la época
en la que nos encontramos, las bayas de los árboles y la caza no nos vale siendo
casi 8.000 millones de personas en el mundo. Del ‘huerto’ que bordean los
espacios entre ciudades, también difícil para la persona de a pie. Esto nos
hace tener que comerciar o invadir otro territorio. Como es algo tan demandado
en el mercado por ser vital para vivir, existe una infinidad de productores agrícolas
y ganaderos en todo el globo que esperaban sacar beneficio del sector primario.
Sin embargo, ahí radica un problema: la fuerte demanda concentrada en consumidores
y mercados, además de en distribuidores, les deja en mejor situación a la hora
de negociar los precios de adquisición, presionando a esos productores a la
baja. Muchos no pueden asumir esa degradación de los precios de producción en
origen, desechando toneladas y toneladas de producción con rabia inconfesable.
Pero, en un mundo globalizado, muchos otros sí pueden asumirlo debido a su mano
de obra más barata y regulaciones más laxas, entre otras, como es la
banalización que hacemos los propios consumidores de la calidad de los
productos por ahorrarnos unos céntimos. ¿O cree usted que por el mismo producto
estaría dispuesto a pagar más? De nuevo, me refiero a la gente normal.
Esto mismo ocurre con
el resto de materias primas, con sus ligeros matices claro. Si bien la comida ha
sido siempre la necesidad vital número uno, con el resto de recursos sí ha ido
cambiando en función del progreso tecnológico. Otras, como ‘materiales
brillantes’ para el ocio personal, como diamantes, oro, etc. también han estado
siempre ahí grabados en nuestra retina, pero no se comen y se podría sobrevivir
sin ellos. En cualquier caso, el mínimo común denominador, también vital, es la
energía requerida para extraer, procesar, distribuir y, en el mejor de los casos,
reciclar ese recurso, y así no quedarnos sin comida, agua, calor, ropa, ni un
techo, de ahí la obsesión por acaparar y descubrir fuentes de energía.
Respecto a esto, lo
que ha potenciado el progreso de manera exponencial en Occidente han sido los
combustibles fósiles, permitiéndonos obtener todo eso a un precio asequible y
millones de cosas más para sentirnos cómodos y ganar tiempo para dedicarnos a
otras cosas. Todo esto podría decirse que engloba al PIB de un país, concretamente
si calculamos todos sus bienes y servicios producidos durante un año. Lo que se
ha demostrado hasta la saciedad es que, en general, cuanto mayor es el PIB de
un país, es más próspero, seguro y con mayor progreso social. Para un
occidental contemporáneo, esto sería criticable, ya que no dice nada acerca de
la felicidad, igualdad, justicia, o calidad del medio ambiente, entre otras
muchas. Reconozco que el PIB no es perfecto, y apoyo el que integre otros
factores como los citados para hacerlo más preciso. Por supuesto, hay ejemplos
de esto, como el caso de China, Rusia, Irán o Arabia Saudita, con PIB altos,
pero donde los derechos humanos brillan por su ausencia. Pero no es menos
cierto que un país con un PIB elevado hace que su economía repunte, se cree
empleo, y así más personas salgan de la pobreza y, con ella, la delincuencia, la
menor calidad de salud e higiene y, en definitiva, crezca el nivel de vida de su
sociedad. Además, el mayor poder adquisitivo de ciudadanos y empresas incentiva
la inversión para alcanzar esa deseosa eficiencia en la producción de bienes y
servicios, lo que se ha demostrado ser mejor para el medio ambiente. Y es que,
toda persona querría beber agua limpia, comer comida en buen estado, y pasear en
su tiempo libre por parques limpios y no por estercoleros. La diferencia es que
aquellas sociedades con dinero pueden hacerlo, en concreto aquellas en las que
impera el libre mercado, y no Estados elefantes que lo deciden todo a espaldas
de sus ciudadanos. En otras palabras, mayor PIB y mayor libertad económica
significa mayor desarrollo, y el mismo conlleva mayor calidad ambiental y de
vida porque así lo demandan los consumidores. Lo mismo puede aplicarse para el
progreso social y de derechos humanos, estancados en los países anteriormente
citados, donde en esencia se coarta la libertad a través del Estado o la Religión.
Para los occidentales que todavía siguen críticos con los beneficios del libre
mercado y la aspiración a un PIB alto en su país, les aconsejaría hacer un
ejercicio de trasladarse a las condiciones de vida de hace 100 años.
Me reitero en que ese
sistema no es algo perfecto, pocas cosas humanas lo son, pero sin duda es el
dúo que ha permitido a todo país avanzar social y económicamente. Paradójicamente,
sin embargo, el crecimiento ilimitado como axioma económico del capitalismo liberal
puede terminar socavando todo lo conseguido hasta ahora. No podemos olvidar
nunca que somos una especie animal más que habita un planeta finito con recursos
limitados, y crecer indefinidamente es una imposibilidad biológica y física. La
termodinámica manda. Llegará un punto en que los recursos serán cada vez más
escasos y aumenten las tensiones para abastecérselos a miles de millones de seres
humanos que querrán mantener su actual calidad de vida. Ni qué decir cuando
esos recursos sean los más vitales, como el agua y la comida, nada halagüeño
por cierto en un planeta cada vez más caliente. Y la carta base sobre la que se
sostiene de pie toda la baraja es el petróleo, sin el cual no hay combustible para
accionar los grandes motores que permiten extraer, construir, distribuir y
transformar todos los demás recursos, incluidos aquellos de los que requieren las
‘renovables’ (para estas, directamente es que no hay suficientes materias
primas si se quieren implantar mundialmente). Dicho de otro modo, no hay
alternativas realistas al diésel, y por tanto hay que repensar cómo podremos
vivir en el futuro. En mi opinión, recurrir a la tecnología para ser más
eficiente en el uso de estos recursos, o consumir menos de todo (por las ‘buenas’
o ‘reduciendo’ el número de consumidores en el mundo a través del medio que
sea), solo retrasará el colapso energético.
Nos encontramos por
tanto ante la paradoja de que el mismo sistema socioeconómico que nos permite
vivir ‘de puta madre’ (salvo a los ecologistas del primer mundo, que nada les
gusta), puede ser nuestra perdición. Se habla cada vez más del decrecimiento,
si bien para mantener actualmente a 8.000 millones de personas es una utopía,
en mi opinión, porque abocaría a millones de personas de nuevo a la pobreza,
fomentaría en cada extremo movimientos ecofascistas y élites paramilitares, más
control del Estado, pérdida de derechos humanos y, en definitiva, una ingente
cantidad de muerte y sufrimiento.
Comparto con la teoría
del decrecimiento la urgencia de un cambio social basado en el desarrollo de
nuevas formas de producir, distribuir y consumir, pero francamente a nivel
planetario nadie sabe cómo hacerlo. Todo lo que puedo decir ahora mismo es que
cuando no haya tanto que comer, ni para calentarnos y desplazarnos, como en
todo, las generaciones futuras se acostumbrarán, no sin sufrimiento a ese nuevo
escenario, y tendrá que pasar mucho tiempo hasta que la civilización se
desarrolle de nuevo.
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