Capitalismo y el futuro de la humanidad: ¿estamos ‘estancados’ en el progreso?

 Ya que se vive una vez, ¿cómo tener una vida digna? Lo primero que necesitamos es comer y, en la época en la que nos encontramos, las bayas de los árboles y la caza no nos vale siendo casi 8.000 millones de personas en el mundo. Del ‘huerto’ que bordean los espacios entre ciudades, también difícil para la persona de a pie. Esto nos hace tener que comerciar o invadir otro territorio. Como es algo tan demandado en el mercado por ser vital para vivir, existe una infinidad de productores agrícolas y ganaderos en todo el globo que esperaban sacar beneficio del sector primario. Sin embargo, ahí radica un problema: la fuerte demanda concentrada en consumidores y mercados, además de en distribuidores, les deja en mejor situación a la hora de negociar los precios de adquisición, presionando a esos productores a la baja. Muchos no pueden asumir esa degradación de los precios de producción en origen, desechando toneladas y toneladas de producción con rabia inconfesable. Pero, en un mundo globalizado, muchos otros sí pueden asumirlo debido a su mano de obra más barata y regulaciones más laxas, entre otras, como es la banalización que hacemos los propios consumidores de la calidad de los productos por ahorrarnos unos céntimos. ¿O cree usted que por el mismo producto estaría dispuesto a pagar más? De nuevo, me refiero a la gente normal. 
 
Cada vez son más las manifestaciones y protestas de agricultores y ganaderos europeos por los bajos precios que obtienen por su producción. En la foto, varios agricultores tiran coles y naranjas como protesta, en una concentración por la supervivencia del campo valenciano. (Rober Solsona desde Europa Press).
 
 
Esto mismo ocurre con el resto de materias primas, con sus ligeros matices claro. Si bien la comida ha sido siempre la necesidad vital número uno, con el resto de recursos sí ha ido cambiando en función del progreso tecnológico. Otras, como ‘materiales brillantes’ para el ocio personal, como diamantes, oro, etc. también han estado siempre ahí grabados en nuestra retina, pero no se comen y se podría sobrevivir sin ellos. En cualquier caso, el mínimo común denominador, también vital, es la energía requerida para extraer, procesar, distribuir y, en el mejor de los casos, reciclar ese recurso, y así no quedarnos sin comida, agua, calor, ropa, ni un techo, de ahí la obsesión por acaparar y descubrir fuentes de energía.
 
Respecto a esto, lo que ha potenciado el progreso de manera exponencial en Occidente han sido los combustibles fósiles, permitiéndonos obtener todo eso a un precio asequible y millones de cosas más para sentirnos cómodos y ganar tiempo para dedicarnos a otras cosas. Todo esto podría decirse que engloba al PIB de un país, concretamente si calculamos todos sus bienes y servicios producidos durante un año. Lo que se ha demostrado hasta la saciedad es que, en general, cuanto mayor es el PIB de un país, es más próspero, seguro y con mayor progreso social. Para un occidental contemporáneo, esto sería criticable, ya que no dice nada acerca de la felicidad, igualdad, justicia, o calidad del medio ambiente, entre otras muchas. Reconozco que el PIB no es perfecto, y apoyo el que integre otros factores como los citados para hacerlo más preciso. Por supuesto, hay ejemplos de esto, como el caso de China, Rusia, Irán o Arabia Saudita, con PIB altos, pero donde los derechos humanos brillan por su ausencia. Pero no es menos cierto que un país con un PIB elevado hace que su economía repunte, se cree empleo, y así más personas salgan de la pobreza y, con ella, la delincuencia, la menor calidad de salud e higiene y, en definitiva, crezca el nivel de vida de su sociedad. Además, el mayor poder adquisitivo de ciudadanos y empresas incentiva la inversión para alcanzar esa deseosa eficiencia en la producción de bienes y servicios, lo que se ha demostrado ser mejor para el medio ambiente. Y es que, toda persona querría beber agua limpia, comer comida en buen estado, y pasear en su tiempo libre por parques limpios y no por estercoleros. La diferencia es que aquellas sociedades con dinero pueden hacerlo, en concreto aquellas en las que impera el libre mercado, y no Estados elefantes que lo deciden todo a espaldas de sus ciudadanos. En otras palabras, mayor PIB y mayor libertad económica significa mayor desarrollo, y el mismo conlleva mayor calidad ambiental y de vida porque así lo demandan los consumidores. Lo mismo puede aplicarse para el progreso social y de derechos humanos, estancados en los países anteriormente citados, donde en esencia se coarta la libertad a través del Estado o la Religión. Para los occidentales que todavía siguen críticos con los beneficios del libre mercado y la aspiración a un PIB alto en su país, les aconsejaría hacer un ejercicio de trasladarse a las condiciones de vida de hace 100 años.
 
Resultados globales del índice EPI (Environmental Performance Index, en español ‘Índice de Desempeño Medioambiental’). En él se refleja cuáles son los países que mejor están haciendo las cosas en relación con el medio ambiente en un sentido amplio. En el mapa, 31,2 (azul oscuro) la peor nota. y 91,1 (rojo) la mejor. (Universidad de Yale).

 
 Me reitero en que ese sistema no es algo perfecto, pocas cosas humanas lo son, pero sin duda es el dúo que ha permitido a todo país avanzar social y económicamente. Paradójicamente, sin embargo, el crecimiento ilimitado como axioma económico del capitalismo liberal puede terminar socavando todo lo conseguido hasta ahora. No podemos olvidar nunca que somos una especie animal más que habita un planeta finito con recursos limitados, y crecer indefinidamente es una imposibilidad biológica y física. La termodinámica manda. Llegará un punto en que los recursos serán cada vez más escasos y aumenten las tensiones para abastecérselos a miles de millones de seres humanos que querrán mantener su actual calidad de vida. Ni qué decir cuando esos recursos sean los más vitales, como el agua y la comida, nada halagüeño por cierto en un planeta cada vez más caliente. Y la carta base sobre la que se sostiene de pie toda la baraja es el petróleo, sin el cual no hay combustible para accionar los grandes motores que permiten extraer, construir, distribuir y transformar todos los demás recursos, incluidos aquellos de los que requieren las ‘renovables’ (para estas, directamente es que no hay suficientes materias primas si se quieren implantar mundialmente). Dicho de otro modo, no hay alternativas realistas al diésel, y por tanto hay que repensar cómo podremos vivir en el futuro. En mi opinión, recurrir a la tecnología para ser más eficiente en el uso de estos recursos, o consumir menos de todo (por las ‘buenas’ o ‘reduciendo’ el número de consumidores en el mundo a través del medio que sea), solo retrasará el colapso energético.
 
Nos encontramos por tanto ante la paradoja de que el mismo sistema socioeconómico que nos permite vivir ‘de puta madre’ (salvo a los ecologistas del primer mundo, que nada les gusta), puede ser nuestra perdición. Se habla cada vez más del decrecimiento, si bien para mantener actualmente a 8.000 millones de personas es una utopía, en mi opinión, porque abocaría a millones de personas de nuevo a la pobreza, fomentaría en cada extremo movimientos ecofascistas y élites paramilitares, más control del Estado, pérdida de derechos humanos y, en definitiva, una ingente cantidad de muerte y sufrimiento.
Comparto con la teoría del decrecimiento la urgencia de un cambio social basado en el desarrollo de nuevas formas de producir, distribuir y consumir, pero francamente a nivel planetario nadie sabe cómo hacerlo. Todo lo que puedo decir ahora mismo es que cuando no haya tanto que comer, ni para calentarnos y desplazarnos, como en todo, las generaciones futuras se acostumbrarán, no sin sufrimiento a ese nuevo escenario, y tendrá que pasar mucho tiempo hasta que la civilización se desarrolle de nuevo.

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