MI ÉPOCA FAVORITA DEL AÑO (SPOILER: NO LO ES)

Se acerca la Navidad, esa época en la que muchos nos sentimos incapaces de alcanzar la imagen idílica que nos venden sobre felicidad y amor. La experiencia de la vida adulta nos enseña que esas promesas de felicidad solo parecen cumplirse con una buena tarjeta de crédito. La época del derroche y la hipocresía culmina, para muchos, en uno de los días más oscuros del año: el tercer lunes de enero, conocido como Blue Monday, cuando los niveles de tristeza y los suicidios se disparan. Y no es de extrañar.

Desde sus orígenes, esta época de excesos tiene un trasfondo que, lejos de ser festivo, resulta más bien sombrío. Antes del cristianismo, muchas culturas celebraban grandes banquetes para marcar el final de los duros días de trabajo tras la última cosecha, coincidiendo con el solsticio de invierno. Por ejemplo, en la antigua Roma, durante las Saturnales (del 17 al 23 de diciembre), se rendía homenaje a Saturno, el dios de la agricultura. Estas festividades comenzaban con un sacrificio en el templo de Saturno, seguido de un banquete público al aire libre. Durante las Saturnales, las jerarquías sociales se invertían: los esclavos podían compartir mesa con sus amos, intercambiar bromas y, en algunos casos, incluso ser servidos por ellos. Es curioso cómo apenas hemos cambiado los esclavos modernos. Siempre ha sido y es un mundo al revés, caracterizado por excesos y libertinaje.

Con la llegada del cristianismo, muchas tradiciones de las Saturnales fueron absorbidas por la celebración de la Navidad, justificándolas como una extensión del gozo por el nacimiento de Cristo. La alegría y la unión se celebraban con lo que mejor une a las personas: la comida y la convivencia. Sin embargo, cuando el capitalismo encontró estas festividades, el mensaje de amor a Cristo se transformó en un mandato de consumo. La expresión de ese amor ahora debía demostrarse comprando y gastando, y ¿por qué no?, adelantándolo con el Black Friday.

El Black Friday, que originalmente se concibió como un día para aprovechar descuentos razonables, se ha convertido en un evento global que fomenta el caos, la acumulación de deudas y la explotación laboral en las cadenas de suministro. Acto seguido llega la Navidad, cuya esencia simbolizaba amor, unión y reflexión. Hoy, ese mensaje ha sido eclipsado por la obsesión por los regalos, las apariencias y el lujo superficial.

Cada año, estas fechas me recuerdan que el lujo de la Navidad, tal como se presenta ahora, está en los objetos y no en las conexiones humanas ni en el cuidado mutuo. Incluso esas conexiones, cuando ocurren, a menudo se ven empañadas por apariencias y engaños. Luego nos lamentamos de que la sociedad sea fría, individualista, egoísta e infantil. Qué mejor época para sacarle partido.





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