LA LECCIÓN QUE APRENDÍ DE JUEGO DE TRONOS Y BERSERK

 ATENCIÓN SPOILERS

Juego de Tronos me marcó. Aún recuerdo allá por el verano de 2011, a punto de terminar la carrera, cuando entre cervezas en la terraza de un bar de Pamplona, amigos míos juzgaban escépticos en aquel primer Samsung Galaxy S la escena en que el rey Robert Baratheon visitaba Invernalia. Pues ya habían leído los tochos de libros de Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin, y el anuncio de la serie meses antes levantaba expectativas. No sería hasta dos años después cuando me decidí a empezar a ver la serie, hasta las tres temporadas hasta entonces emitidas. Fue tal el grato choque que, terminada la tercera temporada, no podía esperar otro año hasta la emisión de la cuarta, así que me recorrí las bibliotecas de mi ciudad para poder reservar el libro que seguía a la temporada vista. Si bien es cierto que ya asociaba a los personajes con los actores, muchos otros aparecían y los detalles de cada uno, las descripciones de los lugares, acciones y entornos eran tales que me hacía una idea muy particular de cada uno de ellos. Ahí vino la ligera decepción tras continuar viendo la saga. Si podéis leer una novela en la que se ha basado una película o serie, hacedlo, porque lo disfrutaréis el triple.

Lo que más me cautivó de la serie es un mensaje subliminal que extraigo personalmente. Como su nombre indica, el Juego de Tronos es una constante disputa por el poder con el fin de gobernar y controlar a los demás, lo más cercano a ser Dios que se puede experimentar en esta vida. El orgullo de las casas o familias más poderosas es la mecha principal para lograrlo, si bien es verdad que si cualquiera tuviera un mínimo chance lo intentaría. Traiciones y sangre por doquier para lograrlo o formar parte de esa rueda que describen a menudo para estar arriba de todos es la columna vertebral de la serie y que en parte recuerda mucho al mundo actual. Esa sensación de poder sobre los demás la otorga la adicción sobre el control de los demás, y sobra decir que cada uno de nosotros la podemos experimentar como dominadores o sumisos en mil aspectos de la vida. Los roles de cada uno de nosotros en el trabajo es un ejemplo de ello, pero también en la familia, círculo de amigos, negocios, etc. en los que muchas veces el orgullo propio, el ego, es el que nos controla. Viene bien en pequeñas dosis para evitar ser dominados y mantener los límites, por lo que su ausencia total es una ventaja absoluta para los que están sedientos de poder. Tanto en Juego de Tronos como en la vida misma todo esto ocurre, y no hay que olvidar a las masas, esas ovejas asustadizas que corren en rebaño cuando un lobo aparece, y que se arremolinan en torno a un pastor rey y su perro protector. Pues ya sabéis, que en nombre del bien del rebaño nos sometemos a los gobernantes y sus leyes para que nos protejan de los males del mundo. Otras veces la excusa son libros sagrados y los pastores se disfrazan de mensajeros de un auténtico dios. Miedo, miedo es la clave.

Juego de Tronos lo lleva al límite, en una ambientación medieval europea que incluso a veces se quedaría corta con la realidad de los siglos anteriores. Ni qué decir qué no harían si esos reyes del mundo pudieran acceder a las armas actuales. Sólo el conocimiento y el amor es lo que puede hacer que superemos ese filtro a futuro.

Pero todo esto, que podríamos resumir como la evolución de una sociedad simiesca altamente jerarquizada que busca el poder y control de los demás, y a quien se le deje, lo hará, pasa a un segundo plano ante la inminencia de la muerte. La serie, como la realidad misma, te atrapa entre tramas y conjuras para dominar a los demás en nombre de diferentes fes, familias, o constructos tan abstractos como El Norte, y literalmente les va la vida en ello. Mientras, al otro lado del Muro, los llamados Caminantes Blancos se aproximan poco a poco sembrando la muerte a todo ser viviente sin importar absolutamente nada de los anteriores salvo que pueden respirar. Un ejército de muertos que no distingue entre reyes y vasallos, y que a medida que caen engrosan ese ejército de no muertos con el mismo propósito de que la noche y la muerte se vuelvan eternas. Solo un puñado de libros advierten sobre su llegada y la importancia de mantenerlos fuera del muro y los vivos. Menos son las personas que también lo advierten y si lo hacen es porque los han visto con sus propios ojos. Para el resto, solo son cuentos. No sé vosotros, pero para mí es imposible no pensar en que el ejército de muertos es el filtro de nuestra extinción. Algo más grande que nosotros y que es ajeno a nuestra sed de poder y rencillas se aproxima para barrernos del mapa. ¿Cambio climático? ¿Guerra nuclear? ¿Superbacterias? ¿Un nuevo virus imparable? ¿El tic-tac de un supervolcán a la espera de estallar? ¿Meteorito? Los caminantes blancos resumen todo eso, y cada paso que dan hacia el muro que nos protege es menos tiempo que nos queda. Solo la terrorífica muestra de uno de esos no muertos en la capital del reino convenció a los políticos para una tregua, unir fuerzas, y vencerlos, recordándonos nuestra fragilidad y nuestra unidad frente a una amenaza común.

Una serie que me recuerda mucho por este siniestro patrón es el anime de Berserk. Toda la trama del anime es pura lucha y batalla entre reyes con la misma ambientación medieval. Te atrapa desde el primer capítulo, y aunque con cuentagotas, mencionan que hay elementos de otro mundo maligno que acechan al mundo de los hombres. No es hasta el final de la serie que ese mundo místico se abre por pactos que pasan desapercibidos en la trama principal, y barre a los vivos. Aquellos supervivientes quedan marcados para luchar contra las fuerzas demoníacas en las historias que siguieron al anime.

La muerte es el Gran Igualador, recordándonos nuestra propia mortalidad y la efímera naturaleza de nuestras preocupaciones terrenales. En última instancia, nuestro tiempo en este mundo debería ser utilizado para apreciar y maravillarnos por nuestra existencia, y para amar y comprender a los demás, en lugar de ser meros peones en el juego de poder de otros.



 


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