Sigue al conejo blanco

 STOP. Para. Detente un momento. Pero detente de verdad. Siente quién eres. Espera un poco más. ¿Lo sientes? Da un poco miedo, ¿no? Creemos ser libres, pero lo cierto es que cuando nos damos cuenta de lo condicionados que estamos por todo lo que nos rodea, no queda tan claro.

Puede sonar algo trillado, tan evidente que hasta resulta estúpido esto que digo. Sin embargo, aunque nadie lo niega, pocos se paran a pensarlo. Parafraseando a Mafalda y su “paren el mundo que me bajo”, es una sensación de darte contra los barrotes del tren o el autobús cuando frena repentinamente. Todo lo que hacemos procede de unos pensamientos, y éstos a su vez se gestan en un marco compuesto de creencias y elementos que hemos considerado arquetípicos de nuestra realidad. Es de ese maldito marco del que no podemos salir. ¿Quién soy? ¿Qué quiero en esta vida? Dichas respuestas se tejarán a partir de ese complejo marco de experiencias, creencias, marketing, prejuicios, límites…

Matrix es una película que me encanta, y parte de su éxito pudo ser porque la mayoría de la gente se sintió identificada con esas realidades que plantearon los hermanos (ahora hermanas) Wachowski. Sin embargo, aunque con matices, no aportaron una nueva realidad al mundo dominado por Smith. Resistencia y revolución, romances, lucha por la libertad, etc. Un relato bastante conocido durante toda la Historia. Es decir, nos basamos siempre en algo vivido o leído.

El ser humano nace bastante incompleto, y su instinto se limita desde bebé a llorar para mamar, y en adulto algo parecido, aunque con algo más de filtros. Esto quiere decir que actualmente somos el único animal que necesita aprender. Al principio lo es por imitación a la vez que la increíble esponja de conocimiento que tenemos por cerebro nos empuja a explorar, jugar, preguntar… Se va tejiendo así un marco de referencia propio para cada persona, una brújula que indica cómo vestir, con quién salir, cuánto debe esforzarse para una meta y cualquier otra cosa que os imaginéis en vuestra vida. Obviamente la genética es importante, ya que es parte de nuestro temperamento, tendencias a la depresión y suicidio, predisposición al morbo o lo que sea. Sin embargo, el componente genético determina únicamente lo más sueltas o apretadas que puedan estar las tuercas de tu cabeza. Cómo ponerse a funcionar lo dicta ese pequeño autómata que erróneamente identificamos con “yo”. Y es que el “yo” lo asemejo a una especie de Frankestein, ya que ese marco de referencia parece tejer todas nuestras neuronas, pero dejar algunas sin solapar entre ellas. Cómo si no explicar la existencia de personas católicas que aman las armas y están de acuerdo con no vacilar al disparar a otra que no nació en su país. Que yo sepa Jesucristo socorría a los pobres y resumió los mandamientos en amar al prójimo (y a Dios, claro). O la distinción entre progresistas y conservadores, cuyos preceptos son contrarios a nombre que supuestamente llevan. Cabría esperar, por ejemplo, que los conservadores fueran más “conservadores” que los progres con el medioambiente, ya que es parte indisoluble de la tierra que los vio nacer. En cambio, es una de las cosas que más los distingue. Negar el cambio climático, apoyar la guerra en tierras extranjeras y esas cosas.

Con todo esto quiero animar a rebuscar entre toda esa paja que tenemos en el cerebro y hacer el esfuerzo por encontrar ese pedacito de Frankestein con el que de verdad nos identifiquemos o, más bien, que nos haga felices. Conocernos mejor estimula el pensamiento crítico y la empatía, que tanta falta hace para evitar estar aún más manipulados y mirando nuestro ombligo. Y mejor aún, para actuar con coherencia. Sorprendentemente, lograrlo hace feliz. No voy a dar consejitos, para eso hay miles de libros de autoayuda. Pero sí que me gustaría recomendar la meditación, y no es nada esotérico, sino que está al alcance de todo el mundo. Basta dedicar unos minutos al día para uno mismo. Sentirse cómodo y a ser posible en silencio para poder escuchar las tonterías, preocupaciones o motivaciones de nuestro cerebro. Ayuda observar un objeto, como la llama de una vela. Muy pronto aparecen pensamientos automáticos, flashbacks del pasado próximo o lejano, sobre lo que habría que hacer en el día, la semana o los meses siguientes, lo que habría que haber hecho, etc. Tranquilos, dejad que esa agua turbulenta repose. Respirad profundamente y concentraros en cada espiración e inspiración. Basta esperar sin moverse para que las impurezas se posen en el fondo y el agua vuelva a ser clara y transparente. Lo que cuenta en la meditación es la perseverancia y la regularidad de esa cita cotidiana con uno mismo. Os sorprenderá lo que encontraréis. Solo para valientes. 

De todos los conocimientos posibles, el más sabio y útil es conocerse a sí mismo.
-William Shakespeare-
 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Los entresijos de la realidad a examen: el experimento de la doble rendija

Wealthy anti-GMO society

DesNortados

Españoles olvidados que antecedieron a Galileo y Darwin

Cobertura vegetal y rotaciones para una agricultura en obligada expansión