Iguales y distintos: Lecciones que podemos extraer de la biología y ciencias sociales
Pese a las diferencias que apreciamos entre personas, lo cierto es que genéticamente son imperceptibles. De hecho, la especie humana es de las pocas de mamíferos que no cuenta con ‘razas’ en término estricto. Para que os hagáis una idea, un simple grupo de chimpancés presenta mucha más variedad genética que los casi ocho mil millones de seres humanos que habitamos hoy. Parece que la prueba reside en la escasa diversidad genética en los ‘microsatélites’ (segmentos cortos y repetitivos de ADN) entre los diferentes pueblos de la Tierra, lo que sugiere que en algún momento durante los últimos 100.000 años la población humana atravesó un cuello de botella evolutivo donde toda la población mundial podría haber quedado limitada a tan sólo 2.000 individuos en África. A partir de esos reductos, con evidentes similitudes genéticas, se habría multiplicado el resto de la especie humana. Las primeras migraciones fuera de África de Homo sapiens se estiman hace 70.000 años (estudio). Vamos, que toda la población contemporánea del mundo desciende de unos cuantos selectos grupos de supervivientes africanos. La causa de ese cuello de botella parece que fue debida a un «invierno volcánico» tras la erupción del supervolcán Toba, ubicado en Sumatra, Indonesia. (estudio).
Quitando de la ecuación el factor ‘raza’ como causa del subdesarrollo de muchas naciones, y asumiendo que todos los seres humanos somos prácticamente iguales desde el punto de vista genético, ¿por qué la riqueza y el poder se distribuyeron como los están ahora y no de otra manera? Es decir, ¿por qué los indígenas americanos, africanos o aborígenes australianos no fueron quienes diezmaron, sometieron y exterminaron a los europeos y asiáticos? Empezando por el papel de la geografía, ¿os habéis preguntado por qué los países del ecuador suelen ser pobres? Estas preguntas me han rondado por la cabeza mucho tiempo, y no encuentro mejor análisis hecho por Jared Diamond en sus dos libros ‘Armas, gérmenes y acero’ (1998) y ‘Sociedades comparadas’ (2016), para apuntar a una serie de factores que quizás hallamos pasado por alto, probablemente por prejuicios sobre la pobreza o riqueza, hábitos o crecimiento económico afianzados a fuego en nuestra cabeza a base de mamar de una u otra cultura. No obstante, adelanto que ninguno de los siguientes factores sea completamente determinante ni condicione de forma absoluta el destino de un pueblo determinado.
Determinante en la producción de alimento y estado sanitario. Las latitudes templadas cuentan con suelos más profundos y fértiles que se traducen en mayor producción agrícola. Esto se debe en parte a que los glaciares recorrieron de norte a sur la mayoría del territorio estadounidense y europeo, para después retirarse de sur a norte, un mínimo de veintidós veces durante las glaciaciones de los últimos millones de años. Al avanzar y retroceder, los glaciares machacaban las rocas subyacentes y generaban suelos profundos con una renovada provisión de nutrientes. Por el contrario, las cálidas zonas tropicales nunca tuvieron glaciaciones, por lo que carecen de suelos jóvenes y profundos que se regeneren de manera constante. Junto a esto, debido al calor, microorganismos y animales diminutos descomponen la materia orgánica y, más tarde, las intensas lluvias tropicales arrastran esos nutrientes a los ríos y después al océano. Estos son los dos motivos por los que los suelos tropicales suelen ser superficiales y estériles. Por eso los principales exportadores agrícolas del mundo —Estados Unidos, Canadá, Rusia, los Países Bajos, Argentina, Sudáfrica, entre otros— se encuentran en su mayoría en zonas templadas. Solo Brasil, que en cualquier caso cuenta con una extensa región templada además de una amplia zona tropical, es un importante exportador agrícola de las latitudes tropicales.
Por último, los encargados de sanidad suelen decir en broma que la mejor medida sanitaria del mundo son los fríos inviernos de las zonas templadas. El frío del invierno acaba con los parásitos y gérmenes, que en consecuencia tienen que volver a crecer en primavera. Por el contrario, en los trópicos los parásitos y gérmenes proliferan durante todo el año.
Estos dos factores que intrínsecamente están ligados a los trópicos, peores cosechas y más enfermedades, reducen la esperanza de vida o incapacitan para trabajar gran parte del tiempo, y eso perjudica la economía en esas latitudes. Pongamos el ejemplo de un ingeniero formado en Zambia: en torno a los treinta años se encontraría totalmente preparado para contribuir a la economía de su país, pero solo podría hacerlo durante once años, ya que, según el promedio de vida en Zambia, moriría con cuarenta uno. En Europa, donde la esperanza de vida se sitúa en torno a los setenta y siete años, ese ingeniero podría contribuir a la economía de su país durante un mínimo de treinta años hasta que se re tirara, o durante cuarenta o cincuenta si se le permite trabajar más allá de la edad de jubilación. Algo que agrava la situación es, precisamente, que un promedio de vida corto junto con tasas de mortalidad elevadas comporta la necesidad de tener muchos hijos para compensar el hecho de que es posible que muchos de ellos mueran pronto. En consecuencia, la proporción entre el número de trabajadores y el de habitantes no productivos es baja; es decir, hay pocos adultos productivos y muchos niños (no productivos), lo cual significa una renta media per cápita baja en el conjunto de la población.
Cabría esperar que los países con abundantes recursos naturales fueran ricos. Sin embargo, suelen ser pobres. Entre ellos figuran Nigeria y Angola, que tienen mucho petróleo; el Congo, rico en minerales; Sierra Leona, rica en diamantes; y Bolivia, rica en plata. La principal razón que explica esta paradoja es que estos suelen generar corrupción. Quienquiera que se lo guarde en el bolsillo, o que controle los contenedores o el oleoducto, se quedará con el dinero o bien podrá cobrar sobornos a las empresas mineras o petroleras para que accedan a las minas o los campos petrolíferos. Los diamantes y el oro son los recursos naturales más fáciles de transportar o de esconder en el bolsillo, y también es muy fácil controlar el acceso a las minas y explotaciones donde se encuentran. En consecuencia, la gran cantidad de dinero que se gana con ellos suele incrementar el sueldo de quienes trabajan en ese sector o entran dentro del círculo de confianzas de los corruptos. Esto suele llevar al aumento de los precios, ya que trabajadores y sobornados, especialmente estos últimos, pueden pagar precios elevados. Sin embargo, esos salarios y precios abultados dificultan que otros sectores económicos compitan con los centrados en los recursos naturales y que prosperen. Coincide además que el ávaro de estos sectores no desarrolle otros ni inviertan en educación. De ahí que vuelvan a encontrarse en la pobreza cuando se agota el dinero de los recursos naturales, algo que es por otro lado finito.
Por poner algo de luz, aunque los recursos naturales sean una maldición, esta no tiene por qué ser fatal y podemos aprender de algunos ejemplos. El gobierno noruego es uno de los menos corruptos del mundo. Noruega considera que los ingresos petroleros pertenecen a todos sus ciudadanos, no solo a las pocas comunidades situadas en la costa del mar del Norte, y los invierte en un fondo fiduciario a largo plazo. Del mismo modo Botsuana, uno de los países más pobres de África al acceder a la independencia en 1966, tuvo la desgracia de descubrir diamantes. Pero proclamó que la totalidad de los ingresos que reportara ese producto pertenecían a todos los botsuanos, no solo a los pocos que viven en la zona donde están las minas. Botsuana ha invertido asimismo los ingresos generados por los diamantes en un fondo de desarrollo a largo plazo. Otro ejemplo, en este caso sudamericano, es Trinidad y Tobago, que tuvo la desgracia de encontrar petróleo, pero que ha invertido los ingresos de su explotación en educación y desarrollo.
La caída en la pobreza y desmoronamiento de sociedades ricas del pasado debido a este tercer factor es una lección sumamente importante para las contemporáneas. Por ejemplo, los vikingos de Groenlandia tuvieron problemas con la destrucción del suelo y un clima cada vez más frío; los mayas con la deforestación, la erosión del suelo y la superpoblación; y los jemeres con la gestión del agua, la deforestación y el cambio climático. Somalia, Afganistán, Ruanda, Burundi, Nepal, Haití, Madagascar y Pakistán, todos ellos se encuentran en entornos ecológicamente frágiles o muy dañados por la acción humana, además de superpoblados.
Tampoco debemos olvidar que, en nuestro mundo globalizado, cuando los países se empobrecen y se vienen abajo, en general acaban creando problemas que les afectan no solo a ellos, sino también a otros países. Pensemos en la lista de los que en las últimas décadas han causado problemas a terceros, bien por convertirse en emisores de emigrantes en las antípodas culturales del país que los recibe, enfermedades o terroristas. De ahí que cuando se quiera ayudar a los países más pobres del mundo, se debería invertir no solo en la creación de instituciones, sino también en sanidad, planificación familiar y protección del medio ambiente. Hoy en día la ayuda exterior no es simplemente, como lo era en el pasado, un acto de ‘generosidad desinteresada’ por parte de los donantes extranjeros. En la actualidad la ayuda exterior es un acto de autoayuda para los propios donantes extranjeros. A la larga, a Occidente le resultará más barato y eficaz ayudar a los países más pobres a solucionar sus problemas económicos que enfrentarse eternamente a cuestiones tan complejas e irresolubles como la inmigración, las enfermedades y el terrorismo.
Me encanta.
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