No, no, no y no

 Tenemos electricidad de sobra para encender bombillas, sabemos cómo hacerlo, y quizá si fuéramos más eficientes con solo los sistemas renovables nos bastaría. Sin embargo, no tenemos sustituto al petróleo para arrancar los motores de las máquinas que extraen, transportan, fabrican y distribuyen esos sistemas renovables. Tampoco para los materiales de los que están hechos, en su mayoría raros. Y no, nada va a ser sostenible según el modelo de crecimiento que tenemos actualmente. De eso podemos culpar en parte al tipo de universo en el que nos ha tocado existir, en el que nada es gratis energéticamente. Cada vez que hacemos algo, parte de la energía se pierde como calor y por eso necesitamos más energía para poder seguir haciendo las cosas.

Entenderéis entonces que ni el coche eléctrico ni los motores de hidrógeno o el hidrógeno verde van a solucionar nada, todo lo contrario. Empezando por el coche en sí, las baterías están hechas de materiales cada vez más escasos como el litio o el cobalto. Si desviásemos toda la producción anual de litio para producir coches eléctricos, siendo optimistas podríamos fabricar dos millones hasta antes de agotarlo en diez años. Obviamente, en tal hipotético escenario nos quedaríamos sin baterías para móviles, portátiles, y sin medicamentos para los trastornos mentales, curiosamente todos ellos en esta era digital y estresante cada vez más demandados. Las baterías, además, tienen el problema de que no aguantan una temperatura alta. Se deterioran con facilidad. Los coches también están hechos de más cosas, y todas ellas, de nuevo, hay que extraerlas, transportarlas, fabricarlas y distribuirlas con máquinas pesadas que funcionan con petróleo.

Por si fuera poco, ya desde un punto de vista práctico, no es realista el repostaje de esos coches: si vas a utilizar la electricidad de tu casa para recargarlo por completo te costaría aproximadamente 11 horas en las que apenas podrías usar nada eléctrico, y todo para unos 250 km de autonomía. Podrías, claro, recargarlo un poco cada día, pero a final de mes sería tu riñón o tu coche al ver la factura de la luz. Imagínate repostar en algún lugar, si lo hubiera, durante algún atasco en el que se te ha gastado la batería, y las colas que habría. La electricidad para esos puntos de recarga tampoco saldría gratis. Yo al menos no lo veo, pues es fantasear con cosas eco-friendly pero siguiendo el mismo modelo de coche propio, ciudades congestionadas, tráfico, etc.

Respecto del hidrógeno, para empezar, no crece por ahí de manera que podamos usarlo directamente, hay que extraerlo. Normalmente del agua (electrificándola en lo que se conoce como hidrólisis y, por mucho que se le denomine hidrógeno verde por proceder del agua, el proceso no es gratis) o del gas natural (con el consiguiente desprendimiento de dióxido de carbono). Estos procesos de obtención del hidrógeno ya suponen una inversión energética mayor de la que luego se utiliza para nuestros propósitos, mover cosas pesadas. Peor aún, una vez tenemos el hidrógeno listo para usar, su rendimiento es muy malo: se aprovecha solo el 25 % de toda la energía inicialmente usada en un vehículo con pila de hidrógeno. Como antes, desde un punto de vista práctico, el hidrógeno es gas a temperatura ambiente, complicado para repostar, inflamable, y es el más pequeño de los elementos, con solo un protón, por lo que escapa extremadamente fácil. Llegado el caso, habría que construir depósitos sumamente herméticos, de paredes gruesas y de materiales que impidiesen su fuga, lo que incrementaría el peso del depósito y haciendo al vehículo menos eficiente. Esta clase de vehículos, al tener una parte eléctrica, deben contar también con una batería de cierta capacidad, lo cual contrarresta aún más las posibles ventajas en peso y volumen del depósito de hidrógeno.

Ahora urge de repente frenar el cambio climático, cuando se sabía de las consecuencias desde el siglo pasado, descarbonizando nuestro modelo productivo. ¿Solución? Tirar del erario público para construir parques renovables y de producción de hidrógeno verde, y para convertir la producción automovilística en eléctrica, o ya si nos vamos a los más extravagantes a minar asteroides y exoplanetas. Lo que falla es la base, y lo queramos o no, son las leyes de la termodinámica y la finitud de los recursos. Nadie parece estar dispuesto a consumir menos o a decrecer. Lo que realmente parece una utopía es una re-industrialización a escala más pequeña, con una mayor importancia de lo local y próximo.


 

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