No, no somos tan racionales como creemos (y ante el COVID-19, menos)

 Este parón puede que esté siendo un suplicio para muchos y un paréntesis mental en el trabajo para otros. Sin embargo, no todos pueden tener el privilegio de poder elegir sentirse así en sus casas. Hablo de los que tienen que estar al pie del cañón en esta época, tal como dicta la ley durante un estado de alarma: trabajadores del sector de supermercados, de sanidad y de seguridad. Por supuesto, todo es un eslabón y si ellos están dando el callo también necesitan para su correcto funcionamiento de otras muchas personas. Productores del sector primario y transportistas que mantengan los estantes llenos de suministros y, muy olvidados, los que trabajan en la limpieza y mantienen todo en las mejores condiciones de higiene posibles. Me estaré dejando a muchos otros, pero no quisiera no mencionar a empleados que no pueden hacer “teletrabajo” y tienen que seguir levantándose a las 5:00 am para ir a una cadena y poner en riesgo su salud cada día. También por eso comparto su rabia y frustración fruto de esta incoherencia que contemplo a mi alrededor. Nada debería discriminar a una persona de la otra, ni siquiera el trabajo que se realice. Sé de personas que están aprovechando esta cuarentena para dormir más y rebozarse en su “desgracia” vomitando mensajes nada constructivos a través de las redes sociales. Joder, mira a tu alrededor cómo están otras personas… Dicho de otro modo, que eso del #QuédateEnCasa valdrá para algunos, pero muchos ni siquiera tienen la oportunidad de escoger estar a salvo, a excepción de llevar una sudorosa mascarilla durante toda la jornada laboral. Por ellos quería empezar esta entrada, y mostrando mi más profundo y sincero agradecimiento.

Dicho esto, cabe preguntarse entonces cuál sería la solución a este tipo de crisis. Las reglas del juego nos dicen que si paramos de trabajar la economía se desploma y eso puede ser incluso peor a cualquier pandemia, y en tiempos de crisis es necesario también mantener unos servicios mínimos que aseguren alimento y recursos. Pero si esto es un tiempo de crisis, no quiero ni imaginar cómo lo llamaremos cuando de verdad vengan tiempos de verdadera hambruna y penurias. Lo digo porque lo veo en clientes que van a por algo tan “urgente” como una bolsa de pistachos o una lata de cerveza. Pero lo que también me revienta es saber de empresarios dando órdenes desde su casa ajenos a la salud de sus empleados, o políticos con media docena de médicos privados por cabeza llenándose la boca con que hay que mantener la sanidad pública o la investigación (a buenas horas). Cuando de verdad se tuerzan las cosas, ¿qué va a pasar entonces? Por fortuna, solo unos pocos son capaces de trasmitir con sus acciones y vocación esperanza al resto. Y es que, cuando ayudas a alguien, esa sensación es única y contagiable. Una persona ya nos lo recordó 2.000 años atrás resumiendo un libro interminable en una única frase que deberíamos todos aplicar más a menudo.

Precisamente por esto la solución no puede ser única, ni mucho menos ordenada a golpe de decreto una vez aparece el problema. Como he dicho muchas veces, en Occidente al menos, vivimos en una burbuja casi siempre apartada de los problemas y peligros reales del mundo, como una débil pecera que es en realidad un espejismo que nos han dibujado desde hace ya tiempo. Hemos tomado el testigo de gigantes que forjaron con penurias, sudor y sangre la Europa que tanto nos hemos empeñado en desacreditar, y que seguimos, no ya desentendiéndonos de sus raíces e historia, sino denigrándola en favor de otras corrientes vacías y oportunistas. Con una sociedad así inmersa en una zona del mundo con todavía mucho poder e influencia, no es de extrañar que cualquier pequeña crisis suponga poco menos que el Apocalipsis. La civilización occidental, supuestamente poderosa y paladina de las lecciones al resto del mundo para avanzar y modernizarse, se queda en jaque mate por un nuevo tipo de resfriado y dando un ejemplo bochornoso al mundo. Huelga decir que no me voy a excusar, como miembro de esa sociedad, en el mancillado periodismo moderno que no ha hecho otra cosa que desinformar y tergiversar la realidad. Aunque releyendo la frase parece que sí, diría que, parafraseando el refrán, tan culpables son los que promueven esas necedades en los medios como nosotros que, no ya no nos informamos como es debido e ignoramos los hechos, sino que retroalimentamos esa desinformación a través de las redes sociales y smartphones.

Vale, ¿pero entonces qué? ¿Qué esperar de una sociedad acomodada e infantilizada gobernada por una clase política representada por ella, oh sorpresa, tan incompetente e ingenua? Desde luego, cabría esperar lo que está pasando y cómo unos tienen que estar pagando el pato. Si al menos este experimento social sirve de entrenamiento para futuras crisis de verdad, se debería hacer caso de una vez por todas de los expertos. O somos responsables y buscamos información de calidad que provenga de fuentes de confianza (centros sanitarios de referencia, expertos acreditados en el tema y medios de comunicación serios, osase ninguno), o lo que escuchamos de primeras deberíamos coger con pinzas y cuestionándonos mucho los contenidos (como los de influencers que hablan en sus vídeos de curas o protecciones milagrosas para evitar contagiarse). Lo que une a todos los expertos es que la solución pasa por la PREVENCIÓN. Y añadiría, que para prevenir y anticiparse hay que conocer, y para conocer hay que invertir tiempo, dinero y estudio. Yo solo espero que ahora nadie ponga en tela de juicio que el I+D o la Sanidad no merecen más inversión.

De manera que, para el tema que nos ocupa en estos días, mantenerse bien informado es la mejor estrategia contra el coronavirus, y por eso querría aportar mi granito de arena difundiendo lo que se sabe al respecto (sin mitos ni conspiraciones):

Qué es el COVID-19, “Coronavirus” para los amigos:

El famoso COVID-19, “coronavirus”, es la enfermedad del virus SARS-CoV-2, cuyo material genético está compuesto por una molécula de ARN, en lugar de ADN. Pertenece al género betacoronavirus, uno de los 4 que constituyen la familia de los coronavirus. Estos patógenos deben su nombre a una especie de picos o puntas, que no son sino proteínas que recubren su superficie formando una suerte de corona. La unión de los picos a la membrana de las células humanas provoca cambios estructurales, que permiten la entrada del microorganismo al interior de la célula huésped. La colaboración entre científicos de varios países ha permitido determinar la estructura de estas proteínas víricas; hecho que abre la puerta al desarrollo de vacunas y pruebas diagnósticas.

Asimismo, la secuenciación de su genoma señala que el SARS-CoV-2 se asemeja de forma notable a los coronavirus detectados en los murciélagos y, en menor medida, a otros coronavirus responsables de epidemias previas en humanos, como el SARS y el SROM-CoV. Así pues, la comunidad científica no descarta a estos mamíferos voladores como reservorio del virus. Sin embargo, la opacidad del gobierno chino que muchos querrían como el ejemplo, el precario control sanitario y el sacrificio de todos los animales del mercado chino dificulta identificar la fuente de contagio.

Síntomas:

Respecto a su sintomatología, según los datos obtenidos hasta la fecha el período de incubación es de entre 5 y 7 días, aunque puede prolongarse hasta los 14 días e incluso alcanzar los 21. Después, el 75% de los infectados presentan fiebre. Asimismo, cabe destacar que en el 81% los síntomas son de carácter leve e incluyen tos seca y dolor de garganta. Sin embargo, cuando el paciente empieza a desarrollar problemas respiratorios, dolor en el pecho o cansancio, el caso se agrava. La neumonía es la complicación más habitual, que ocurre en el 14% de los enfermos, y puede conllevar fallos respiratorios graves que requieran el uso de equipos de respiración asistida.

Cómo prevenirlo:

A pesar de que la mayoría de las personas infectadas actúan como trasmisoras una vez desarrollada la enfermedad, también se han identificado algunos casos de pacientes sin síntomas capaces de contagiar a otros individuos. Por consiguiente, conocer la latencia del SARS-CoV-2 resulta esencial para establecer los períodos de cuarentena y controlar la epidemia. La OMS estima que cada paciente con Covid19 puede transmitir la enfermedad a un promedio de entre 1,5 y 2,5 personas (ese es el valor de R que dan los epidemiólogos para comparar enfermedades). Si conseguimos que ese valor de R descienda por debajo de 1, estaremos más cerca de contener la infección.

Por último, una vez más, la única manera de prevenir la infección y extenderla es lavarse las manos con frecuencia, evitar cubrirse la boca con las manos al estornudar —mejor usar un pañuelo desechable o taparse con el codo— y desinfectar las superficies (con un desinfectante común, como la lejía). Y para la lavarse las manos, mejor con jabón por dios. Dejad de comprar hidroalcoholes. Las moléculas de jabón tienen una parte que atrae al agua (polar) y la otra que atrae a la grasa (hidrofóbica), como es de lo que están hechas las membranas que recubren los gérmenes y quedan destrozadas. También disuelve las proteínas que forman el RNA, las instrucciones que el virus inyecta en las células al infectarlas. Finalmente, el agua arrastra toda esa basura. Los geles en cambio son inocuos para ciertos virus y bacterias que tienen una membrana dura que resiste al alcohol, y por supuesto tampoco son efectivos si tenemos las manos sucias o grasientas. Es más, pueden incluso acelerar la selección natural de superbacterias o supervirus. El agua y el jabón, por tanto, es el único aliado, y por fortuna abundante y barato. Y es que, de momento se desconoce si el tiempo y la temperatura afectarán la propagación del COVID-19.

Otra cosa a tener en cuenta es no pensar en descuidar todo esto en el verano y mentalizarnos a mantener esos hábitos siempre. Algunos otros virus, como los del resfriado común o de la gripe, se propagan más durante los meses fríos, pero eso no significa que es imposible enfermarse a causa de uno de esos virus durante otros meses. En estos momentos, no se sabe si la propagación del COVID-19 se reducirá cuando el tiempo se ponga más cálido.

Respecto a las mascarillas… las de tipo quirúrgico no sirven para no contagiarte, sino para no contagiar. Me explico. Estas mascarillas son una herramienta diseñada de dentro hacia fuera, efectiva para evitar propagar los gérmenes y virus en el caso de que ya se tengan, pero no hará que no te contagies. Ahora bien, hay una excepción: si estás cuidando de una persona que pueda estar infectada de coronavirus o si estás tosiendo o estornudando y crees que puedes tener esta infección. Son las mascarillas de protección tipo FFP2 y FFP3, más caras, diseñadas para trabajar de fuera hacia dentro, las que pueden evitar el contagio por vía respiratoria de una persona sana (90% de prevención). Son las que usa el personal sanitario en contacto con enfermos, y justo las que la gente está agotando… En cualquier caso, llevar una mascarilla de máxima protección no es suficiente si no se combina con un lavado de manos frecuente, ya que estos virus se transmiten también por contacto. Y aunque suene una perogrullada, la mascarilla debe cubrir la boca y la nariz asegurándose de que no dejar espacios entre la cara y la máscara. Una vez puesta, se debe evitar tocar la máscara y debería ser sustituida en cuanto esté húmeda. Obviamente no se deben reutilizar las mascarillas de un sólo uso.

En resumidas cuentas, recordad que nada se propaga más rápido que el miedo. Así pues, escuchemos a la ciencia, que, a pesar de su imperfección, aporta datos reales y verídicos, y nos recomienda grosso modo estas tres cosas:

Lavarse con agua y jabón las manos, evitar aglomeraciones y, si desarrollas los síntomas, informar y quedarte en casa. Nada acaba con un virus como el reposo y estar limpio e hidratado. Deja que en los hospitales atiendan a los verdaderamente enfermos. Vamos, como para cualquier maldito virus. Maduremos…

 


 

 

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