Sine agricultura nihil (y sin ciencia en ella, tampoco)

En África es donde habita prácticamente el tercio de la población mundial que pasa hambre. La agricultura allí tiene ciertos problemas endémicos. Gran parte del continente tiene un clima demasiado seco o demasiado cálido para la agricultura. Las zonas tropicales tienen el factor añadido de que los suelos son ácidos y ricos en aluminio, lo que hace que éste se disuelva con facilidad y sea tremendamente tóxico para las planas. De la misma forma, el clima tropical favorece la aparición de determinadas plagas.

Luego, están los problemas que no dependen de la geografía, como la corrupción de muchos países, las desigualdades sociales y el poderoso influjo de Europa. De esto último no cabe duda, pues países donde buena parte de la gente está por debajo del umbral de la pobreza o donde hay hambrunas, grandes extensiones estén dedicadas al cultivo de cacao, plátano, piña o café dedicados a la exportación (y no de cereales, que son la base de la alimentación).

Las políticas europeas influyen en África y dificultan el desarrollo de la tecnología agrícola. La segunda revolución verde prácticamente pasó de largo sin que sus beneficios se dejaran notar en el continente. ¿Va a pasar lo mismo con la tercera? Todo apunta a que sí. Y es que, todo el Parlamento europeo ha votado a favor de instar al G8 para que impida el desarrollo de los OGM (organismos genéticamente modificados) en África.

Aludiendo al título, sin ciencia en la agricultura no se solventara el problema del hambre en este continente, ni en ninguno. Aquí haré un paréntesis: (Siempre repito lo hinchados que estamos de todo, y es que cuando esto pasa, vienen los problemas. Es como un compromiso genético que tiene nuestra especie para buscar problemas donde no los hay. Cuando aquí puedes ir a cualquier supermercado y comprar comida a precio asequible y además no haber experimentado hambruna (hablo de mi generación), es normal olvidarse del duro trabajo, investigación, esfuerzo y encadenamientos productivos que han hecho posible todo eso. La fiebre por lo mal llamado ecológico, se ha extendido por todo este colectivo de hinchados en un intento por satisfacer la tentación de probar lo “natural” o “sano”. Pero absolutamente nada de lo que comemos es natural, sino domesticado. Antaño lo que se hacía era seleccionar las semillas más gordas para dar lugar a la siguiente generación, y así las plantas iban dando granos cada vez mejores y más productivos. Y esto, aumentar la producción de alimentos, permitía aumentar la población y por ende su poderío bélico. Es más, la capacidad de domesticar las plantas fue el éxito de la civilización occidental. Eurasia es un continente más ancho que alto, lo que implica que a medida que una civilización se va expandiendo a lo largo de un paralelo hacia Oriente u Occidente, las condiciones climáticas y de luz son similares. Las plantas domesticadas van adaptándose al nuevo territorio sin problemas. África y América son continentes altos y estrechos. Si una civilización se expande hacia el norte o sur siguiendo un meridiano, las plantas domesticadas no pueden acompañarlas, puesto que las condiciones cambian. Además, por qué niego a comprar comida cara “ecológica” que no sea a mis conocidos o a menos de 2 km de mi casa:

1º. Hay productos para el control de plagas basados en hormonas artificiales que son muy específicos para cada insecto y respetuosos para el medio ambiente, pero que no están autorizados por ser sintéticos. En cambio, otros como Espinosad (“naturales”) sí lo están, a pesar de ser terriblemente tóxicos para insectos beneficiosos como las abejas. Otros compuestos “naturales” pero tóxicos también están autorizados, como el cobre, la potasa o la alumbre.

2º. Lo que más me cabrea es que se cree que la producción ecológica se hace en pequeñas producciones o explotaciones familiares y no es cierto. Realmente la mayoría de la producción se realiza en explotaciones industrializadas, y en España la mayoría e dedica a exportación. Por lo tanto, un producto no se puede considerar ecológico porque su cultivo sea más respetuoso con el medio ambiente, ahorre energía, produzca menos CO2 o se obtenga de pequeñas explotaciones o cooperativas familiares.

3º. La agricultura ecológica admite el uso de invernaderos y la maduración en cámaras de cultivo, lo cual es bueno para el mercado de invierno. Pero, ¿qué tiene de “natural”? No hay ningún tipo de consideración sobre la huella ecológica o el transporte de producto, por lo que puedes ir a Estocolmo y encontrarte mangos y piñas ecológicas que han recorrido miles de kilómetros exhibiendo orgullosas su sello europeo. O tomates madurados en un invernadero en el invierno de Hannover costa de miles de litros de gasoil para mantener la temperatura óptima.

4º. El tema de la certificación también tiene su miga. Las evaluaciones se hacen anualmente y con cita previa. Te tienes que fiar de que el resto del año el agricultor sea bueno y si al cultivo le atacan los bichitos utilice el pesticida “ecológico” aunque funcione peor. En 2003, la revista Consumer hizo un análisis y encontró restos de pesticidas no autorizados en producción ecológica en el 21% de todas las muestras).

Cerrando este paréntesis y volviendo a lo de África, mirad en cualquier listado de proyectos de cooperación cuántos incluyen la palabra “agroecología” o “agricultura tradicional” y luego pasad por un supermercado y mirad qué porcentaje de la oferta es de agroecología o agricultura tradicional. Potenciar un modelo que en Europa no funciona a pesar del ingente caudal de subvenciones es la mejor forma de que los pobres sigan siendo pobres y nosotros seamos ricos. Creo que la fisiopatóloga vegetal keniana Florence Wambugu lo resumió claramente: Me parece muy bien que en Europa discutan sobre OGM sí o no, pero ¿podemos comer primero?
 

 


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